El aroma de un breve agosto. Relato

 

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                                            EL AROMA DE UN BREVE AGOSTO

 

Aquel mes de agosto fue más corto que nunca. Los treinta días pasados en Benidorm se redujeron a uno sólo. De hecho, ninguno de los cuatro recuerda nada de lo que hizo antes ni después del extraño día de los jazmines.

Veníamos de la playa, cargados con sombrilla, colchonetas y demás enseres para solazarse junto al mar, cuando sentimos aquel aroma, muy cerca ya de nuestra casita de alquiler. Era muy fuerte y no dejaba pensar en otra cosa más que en él. Como era intensamente agradable, en un principio, notamos un placer olfativo, y hasta lo celebramos como un síntoma del esplendor del verano. Alguien lo relacionó con el olor de los jazmines. Sí, era muy semejante: dulce, potente, embriagador. El aroma, tras unos instantes lógicos de permanencia, insistió en adherirse a nuestras narices, ropas y mentes con una tozudez impropia de cualquier efluvio natural. Al llegar al edificio, varios vecinos que nos cruzamos constataron el hecho. Un niño de enormes orejas dijo que era el olor previo a una catástrofe, pero, naturalmente, no hicimos caso.

Horas después continuaba igual de intenso aquel extraño e impúdico perfume, de modo que nadie logró olvidarse de él. Pero lo verdaderamente estrafalario del asunto es que nos afectó a todos en nuestro comportamiento (al menos ésa es nuestra hipótesis). Todos nos sentíamos demasiados alegres, suaves, felices, livianos, entusiasmados con la menor fruslería… así como excesivamente prestos a agradar al otro, a sonreír, a expandir el corazón a diestro y siniestro. Toda la tarde reímos sin motivo. El placer que se derivaba de aquel estado de completa armonía no puedo describirlo.

Yo cubrí de piropos a mi mujer, sólo deseaba verla contenta, y ella se puso a hacer mi tarta favorita. Sobra decir que las acaloradas paredes no sabían qué hacer con tanta sensualidad pegada a su pintura. Desde el balcón veíamos a la gente pasar ligera, con sonrisas que expulsaban leves globitos rojos al cielo; al darse la mano, se veía el cruce de dos auroras boreales. Lo más raro de todo es que contemplar estas anomalías de la realidad nos parecía natural y hasta lógico. Cada persona llevaba tras de sí un animal distinto en lugar de su sombra, como si la representara. Nosotros teníamos perros; éramos el clan de los cánidos, nos dijimos, y nos reíamos mucho con ello, aullando y ladrando como críos de un parvulario; nuestros vecinos llevaban jirafas.

Éramos conscientes de que el aroma lo olían todos, no sólo nosotros, e indudablemente estaba relacionado con nuestros eufóricos sentimientos. Intenté enrabietarme pensando en los políticos que ninguneaban nuestras vidas, pero fue imposible. El aroma era terco y podía más que yo. Me dejaba una y otra vez fuera de combate con su delirante sensación de alegría. Fuimos a celebrar nuestra maravillosa unión a un bar de la playa, el cúal estaba a rebosar de gente que, asimismo, compartían sus propias felicidades:

 Besos descorchándose, abrazos como prietas espirales de col, ilusiones de delfín dando brincos en los niños, palabras de perdón cayendo hasta de las alas de las palomas, polen de risas ascendiendo a los árboles sobre alas de abejas incansables… Cualquier testigo hubiera confirmado escuchar un  gran concierto de órgano en sol mayor, que sonaba triunfal por todas partes a partir de un pentagrama de fraternidad que alguien había trazado para nosotros.

Y el olor, el olor sin parar tan dentro de nosotros… como si escarbara, como si tomara de nuestro corazón sólo lo que le era afín.

Todos, esa noches dormimos con un sueño tan beato y tan profundo que casi nadie oyó venir el maremoto. La ola se llevó en un instante a los millares de durmientes que plácidamente soñaban como bebés bien saciados de leche. Todos, rosadamente subyugados y emborrachados por aquel olor, fueron llevados en los gigantes y fieros brazos del agua hacia el final de sus vidas.

Pero ni un solo grito hubo. Ni un lamento. Únicamente agua, mucha agua, que tras el apoteósico impacto se retiró parsimoniosamente con los cuerpos adheridos, cubriéndolo todo de un silencio azul y arrollador. Al mirar arriba, vimos una gigantesca gaviota avanzando sigilosamente por el aire. Nos miró y graznó, pero su voz era rumorosa, como la de un viento hermoso moviendo millones de hojas de álamo...


Aquél fue el prodigio del olor misterioso y del fin de este lugar. No entendemos por qué razón nosotros despertamos y pudimos verlo todo sin que un solo ladrillo de nuestra casa se derrumbase. Estábamos intactos como cuatro hojitas de trébol en mitad de un desierto, pero con nuestras lenguas mudas y llenas de nudos… hasta ahora, cuando al fin lo contamos.


***

© Volarela para el dibujo y el relato







Olor de luna (Relato)

 

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Relato escrito para la inciativa de Vade Reto: Mes de confidencias a la luna


                                                  OLOR DE LUNA

    

    En sus ocho años de vida, Alex jamás había conocido a su hermana Selene. No obstante sentía un cariño especial por ella, y le parecía que olía a flores, misteriosas y blancas; como olería la luna si pudiera acercarse a ella. Una vez más, le tomó la fría mano con toda la delicadeza que un niño sabía dar. Intentaba imaginar cómo sería su rostro de veinteañera con los ojos abiertos, algo del todo imposible, ya que ella llevaba once en estado comatoso.

    Selene parecía dormir un sueño muy profundo. A veces, sus ojos oscilaban tras los párpados, como si soñara. Alex miraba ahora el agitado movimiento de esas dos esferas, cuando repentinamente, vio salir por entre las pestañas una fosforescencia plateada. Eran las once de la noche, y la luz que emitían los ojos cerrados de su hermana se parecían mucho a la blanquecina luminosidad que esos instantes proyectaba la luna sobre el mar, al otro lado del ventanal. El muchacho se quedó perplejo y asustado ante el impresionante fenómeno. Debido a su íntima asunción de guardián, decidió no alejarse de su hermana; pero ni remotamente podía imaginar lo que acontecía en su interior.

    Selene estuvo inconsciente durante largos años, hasta el momento en que sus ojos comenzaron a desprender luz. Acababa de despertar de su coma, aunque no lograba abrir los párpados, ni hablar, ni moverse en absoluto. Sentía a su lado a un ser tierno que le agarraba suavemente la mano. Sin embargo, con los ojos cerrados, podía contemplar una gigantesca luna sobre ella, como si la estuviera mirando, más aún, esperándola. Era consciente de que estaba tumbada en una cama, temblando de miedo por la extrañeza de la situación, sintiendo en su cabeza el poder de una presencia inmensa, pensante, cuya luz la inundaba y casi cegaba.

    Los pensamientos de la luna se derramaron sobre ella como luz pura en su mente.

    -Selene, hija mía. Vas a despertar de un largo coma, pero a cambio tendrás que albergarme en tu seno hasta que mueras.

    -Tú, la luna, ¿me estás hablando? ¿Estoy loca?

    -No. Es real. Me llamáis luna, pero no soy más que una desdichada alma encerrada en un colosal cuerpo de piedra. Estoy condenada a dar vueltas  alrededor de vuestro hermoso diamante azul. Llevo así treinta millones de años. Yo fui la dueña de tres sistemas solares, que destruí  completamente por culpa de mi exceso de osadía. Los Constructores de galaxias me exiliaron a esta roca que vosotros adoráis tanto; pero su luz no es más que mi llanto de soledad y tristeza, créeme. Contigo, el tiempo de mi liberación al fin ha llegado.

    Selene, te engendraste cuando tu madre se bañó en el mar bajo mi influjo de plenilunio. Dejé en su vientre mi aliento, mi perfume. Tienes parte de mí, por eso serás el vehículo de mi liberación. Así está escrito. Ahora entraré en tu seno. No me notarás; dormiré, como lo has estado haciendo tú todos estos años, inconsciente. No lo sabes, pero en coma tú te estabas preparando para acogerme. Vas a despertar por fin, Selene. Cuando, al cabo de los años, mueras, mi alma también saldrá, y quedaré libre de mi condena.

    Sin embargo, tu vida será distinta a la de todos. No podrás amar a nadie, pues tus amantes se volverían locos a causa de una pasión desmedida e irracional, y escribirás música, compulsivamente, para compensar la extrema exaltación de tu sensibilidad, pero nadie entenderá jamás tu arte; tampoco podrás hablar y serás el único ser humano que viva sin respirar.

    Cuando entre ti, mi cuerpo de piedra se desintegrará. La luna dejará de verse en el cielo. El eje del planeta cambiará y se avecinarán fuertes catástrofes. Pero deberás asumirlo con fortaleza, pues son planes maestros, ineludibles.

    -¿No puedo negarme? No soporto la idea de contribuir al dolor mundial.

    -Llevas mi esencia contigo, desde que naciste. Tu impulso de salvarme podrá más. No puedes evitarlo.

    Selene comprendió por qué desde niña buscaba ansiosamente la luz de la luna y sólo bajo ella hallaba bienestar. Escapaba de casa las noches de plenilunio y se perdía por los bosques plateados llevada por un éxtasis embriagador; amaba la luna más que los lobos, más que el poeta, más que la misma Tierra. Los colmillos de la duda la mordían por dentro, pero el brillo de las palabras lunares, reverberando en su mente como diamantes líquidos, anulaba toda resistencia.

 

    Alex contempló maravillado el despertar de su hermana. Todo su cuerpo estaba envuelto en una poderosa luz blanca que poco a poco fue apagándose hasta quedar reducida a dos círculos plateados en sus pupilas.  Finalmente, estas últimas luces también extinguiéndose, y en su lugar dos preciosos ojos verdes lo miraban con un misterioso amor.

    Fuera, sobre el mar, la luna ya no estaba.

    Alex, uno de los supervivientes del gran cambio climático que provocó la desaparición de la luna, se asoma a la ventana, treinta años después. Aún recuerda el prodigio del despertar de su hermana tras once años de inconsciencia.

    Ahora ella salía de su choza, con su habitual serena melancolía.

    Curiosamente, Alex nunca echó de menos la falta del satélite, pues la sigilosa presencia de Selene, mudamente secreta, luminiscente, poética como la soledad de las nubes, le recordaba, sin comprender el porqué, a la misma luna. De hecho, desde niño pensó que olía como ella: a flores de plata cascabeleando en el puro silencio.

© Volarela




Un hilo de aves rosadas






 


UN HILO DE AVES ROSADAS



Acaso esa viejo caballero

que deja sus gafas en la boca desdentada del olvido,

y se sienta junto a la ventana para ver a los niños del parque,

no oye las vocecillas agudas,

ni la risa prendida a los columpios,

sino un hilo largo de cascabeles, tenue, finísimo,

que sale de su pecho y lleva en su extremo cierto tipo de flamencos,

tirando sutilmente de él...

 

Las aves siguen su vuelo, atravesando la ciudad,

el mar, el otro mar y el otro...

y las montañas lejanas del más allá,

hasta perderse como puntos suspensivos.

Son rosas de carne y alas,

rosas de pujante infinitud.

Y tiran, tiran, tiran...

 

 

El anciano no encuentra las gafas.

Encuentra una lágrima tan solo en la mesa,

casi seca, que ya desaparece...

Entra un fuerte viento.

Y los papeles de la mesa revolotean, se elevan, pierden su contorno,

se desdibujan...

Vuelve a mirar por la ventana:

Aves rosas…

Y ahora los niños del parque gritan a lo lejos un repetido son de golondrinas.

Y el viejo

ve sus manos en el marco. Pero son de niño.

Y se ve a sí mismo salir...

Los álamos parecen agitarse

al roce de sus pequeños pasos.

Nada ha cambiado.

Aroma a vainilla en los dedos,

un parque infantil,

una ardilla brotando como un relámpago rojo,

una madre con blando olor  a lejía en la piel,

y un columpio chirriante que le espera....

Arriba, abajo,

Abajo-arriba-abajo-arriba...

¡Qué placer!

Sus pies flotan extasiados, 

casi de gritos,

casi de plumas...;

se perfilan sobre el azul sus estremecidos..., 

sus pequeños pies osados.

Bajo él las familiares palomas,

suaves y redondas como las letras de la cartilla,

dan vueltas y vueltas en el reloj de su vida...

 

El anciano ya no mira por la ventana,

se han detenido las manecillas de sus ojos,

los nudillos de sus manos han quedado cerrados

apretando miles de pétalos...,

y atraviesa la ciudad, y el mar y el otro mar...

y sigue el hilo de flamencos rosados

                                                               que tira dulcemente de su pecho.


***


Editado para Vade Reto; Acervo de Letras, un blog  tan entusiasta como enriquecedor que nos impulsa a escribir y compartir, de la mano del gran escritor J. Antonio (Jascnet): Acervo de Letras



                                             La muerte es sólo una parada; el viaje sigue...

La doble perla. Relato breve. Fantasía


                                                    Pintura: Nicoletta Tomas Caravia



                                                LA DOBLE PERLA


  El delfín nadó hacia Darilo. Pensó que le atraían las burbujas de su tubo respiratorio, pero no fue así. Traía algo en el morro que dejó caer bajo él. Y luego desapareció con sigilo marino. Recogió el objeto. Se trataba de una enorme ostra, cubierta de algas y corales marinos. Ya en su casa, el adolescente buzo forzó la ostra, no fuera que tuviera alguna perla. Y en lugar de perla halló dos niñas iguales, dormidas, abrazadas, del tamaño de una uña cada una. Abrieron a la vez unos enormes ojos cristalinos, asombrados ante la luz que se volcaba en ellas por primera vez. El color de su piel era nacarado, con iridiscencias en los largos cabellos y las uñas, y sus labios tenían la tierna expresión de un mejillón recién descubierto. Inmediatamente, las gemelitas comenzaron a gatear por toda la mesa; luego subieron por los brazos del chico, escalaron su rostro y jugaron con su pelo. No hablaban, sólo un sonido rumoroso de olas lejanas salía de sus bocas. El chico, aficionado a todo lo marino, quedó maravillado y asustado por igual. No sabía qué hacer con aquellas criaturas. Lo primero que pensó era en alimentarlas, pero tardó días en averiguar que sólo comían plancton. Las enseñó a caminar rectas,  y a emitir palabras humanas. Las vistió con las ropas de muñeca que le pidió a su hermana. Tenía que esconderlas a menudo en dos dedales bajo su cama. 

  Con el tiempo, las niñas iban creciendo, y ya era imposible ocultarlas. Él se había convertido en un hombre trabajador, dueño de un barco pescante. Cuando adquirieron el tamaño de niñas de unos ocho años, las lanzó al mundo, diciendo que eran huérfanas adoptadas por él. A menudo, cuando volvía del trabajo, contemplaba todo el edificio donde vivía nevado, o cubierto de niebla, o repleto de pétalos de rosa. Él sabía que era cosa de sus niñas, juegos que las divertían. También imitaban los sonidos de los animales, cosa que le trajo más problemas, porque los vecinos se quejaban de tener elefantes y gorilas en casa. Cuando las llevó a la escuela, tuvo que sacarlas pronto de allí, eran tan inocentes como dos cachorrillos de gato, y creían literalmente todo lo que se les decía, de modo que si alguien les decía “Déjame en paz”, buscaban la paz para entregársela. Lloraban siempre, y provocaban la lluvia en todo el colegio. Cuando las hacían sufrir los envidiosos por su descomunal inteligencia, ardían los cuadernos sobre los pupitres. Fueron poniéndose de color ceniza y reduciendo su tamaño, por lo que Darilo tuvo que sacarlas de allí o morirían.

   Con los años, el hombre notó que no crecían más allá de los nueve años. Las protegió como pudo del mundo. Se las llevaba consigo a todas partes. Eran su familia. Aprendieron lo que era vivir en un mundo duro, donde no se conocía el lenguaje de los peces, ni la voluntad del viento, ni el llanto de una tórtola. Un mundo donde el principal sentimiento era el miedo. Ellas lo ignoraban por completo, siempre andaban riendo, confiadas, ilusionadas con una bombilla, una tortuga o un imperdible… Aprendía de cualquier cosa o persona, muy rápidamente. Lo que más les gustó conocer de la humanidad fue el humor. Devoraban películas cómicas con glotonería. Y en ese ámbito fueron prodigiosas, llegando a hacer reír hasta a una mantis en pleno camuflaje. Darilo amanecía y se acostaba riendo. Por ello se las llevó por el ancho mundo, provocando el rayo de la risa en los niños enfermos.

  Niñas de agua eran y niñas se quedaron toda la vida en tierra, hasta que su padre adoptivo tocó las grandes puertas de la muerte. Se acostó. En una mano tenía la vieja ostra, abierta, donde las encontró hacía ya ciento veinte años. En el lado opuesto, las dos pequeñas lo miraban con ojos de universo en expansión, tomándole la otra mano con sus deditos de algas tornasoladas. Entonces, del lagrimal de cada una de ellas brotó el fractal de una bellísima rosa.

  Y así, en el mismo instante en que la muerte abría sus portones de hierro labrado a Darilo, las gemelas se hicieron diminutas y se abrazaron dentro de la ostra que portaba la mano lacia del ausente. Muy juntas se quedaron dormidas, hasta transformarse en una hermosa perla doble.


                                                                      ***

Ninfa en el muro. Relato para El Tintero

 Añado este relato a la colección de la 3ª jornada que El Tintero de Oro ha propuesto bajo el tema de la fantasía ambientados en el barroco o medievo.




Herman Stilke (1843)




                                      

                                                           NINFA EN EL MURO

  

  Desde el orificio subterráneo contempló el vuelo de un grupo de efímeras en su ritual de cortejo. Batían el aire con sólo un fin; amarse y morir. Antes habían sido ninfas engendradas en la tibieza del agua. Fueron obedeciendo las reglas de la vida y mudaron su piel una y otra vez hasta llegar a un cielo ignoto y placentero.

  A Erika, lanzada a una mazmorra oscura y húmeda, se le ofrecía la escena como un flautín haciendo tirabuzones en sus lágrimas. Pensaba en sus escasos quince años; y en la inminente muerte, a dentelladas de fuego, que para ella preparaban ya las tristes y deformes almas que la llamaban bruja.

 Imaginaba un fuego trepando por su cuerpo con la ira de mil serpientes; la piel chamuscada, traicionada, gritando mudamente bajo el humo negro…, y sus manos, inermes, ultrajadas por los látigos de las llamas…, ¡las mismas manos que habían sanado a tantos!

Estremecida, meditaba en cómo su vida sucumbiría ante las miradas duras, flamígeras, de aquellos que la condenaban. Pero ella era, intrínsecamente, una rebelde, y la furia de su rebelión fustigaba hasta el aire que respiraba.

Llevaba muchas horas excitada, sudando, atrapada, pensando… Se acercó a un ventanuco por el que le llegaban las palpitaciones del mundo exterior. Escuchó el olisqueo distraído  de un perro que merodeaba cerca. Después, sus oídos se sorprendieron ante el canto roto y desafinado de un gallo joven, todavía inexperto en despertar a la gente con elegancia.  Sonrió con dolor. Imaginaba afuera la mano madrugadora, tierna  que amasaba un pan; el hogar frío, despertando poco a poco a la vida, igual que los hombres que salían al campo escarchado mientras la sangre les bullía cálida y en paz... Escuchó un crujir de hojas socas. Alguien se acercaba con paso lento. Luego vibró en el aire un maullido débil, lastimoso. Era un gato, que sentía su presencia, y quién sabe si olía también la proximidad de la muerte. Imaginó al felino seguir su camino, detenerse y fijar la mirada en la hierba mojada, absorto, paralizándose en el tiempo, como ellos saben hacer, a la espera del brinco de algún saltamontes.

Cuando te van a matar, la vida cobra dimensiones gigantescas y te salpica más y más con sus mares de belleza.

Reflexionó sobre el don maravilloso que se le había concedido al nacer: sólo observando unos minutos, obtenía la razón de los fenómenos;  el secreto oculto de los seres y sus relaciones con los demás. Su percepción también le permitía penetrar los cuerpos; ver los órganos, las enfermedades y sus causas. Por ello se convirtió en la mejor curandera de toda Munich.  

 Volvía a contemplar a las efímeras concentradas en sus vuelos nupciales a través del minúsculo ventanuco de la prisión, cuando a su espalda sintió una leve presencia: se giró y vio una ninfa de efímera permaneciendo estática sobre el sucio muro.  Era algo completamente fuera de lugar.

La muchacha quiso averiguar lo insólito de aquella presencia, pero su don natural, esta vez no le funcionaba, y todo eran preguntas sin respuesta:

 “¿Qué hace aquí?, ¿por qué está tan quieta?, ¿qué está esperando?”

 La percibía vulnerable, diminuta, fragilísima, exactamente igual que ella, atrapada y sola contra la fría pared.

 Ella y el insecto permanecieron inmóviles toda la mañana. Cuando sólo quedaba media hora para que llegaran los verdugos, rompió su quietud y empezó a correr erráticamente por la mazmorra, nerviosa, desesperada, acorralada. Voces internas, en lucha, comenzaron a alternarse dentro de su mente:

  —No encuentro mi poder. ¡Estoy perdida!

  —No. Concéntrate. Piensa. Observa…

  —No puedo ¡quiero gritar!; no comprendo el porqué de todo esto...    

  —No importa. Ese porqué no te pertenece. Vuelve a tu mundo, trabaja, respira hondo, sabes cómo hacerlo…

  Afuera, un labrador pasaba, cantando una vieja tonada popular:

“Que por mayo era, por mayo,

cuando están los campos en flor…”

—La vida me abandona.

—Concéntrate, —se volvía a decir a sí misma—, como las efímeras lo están, centradas únicamente en su vuelo.

  Tenía un frío extremo que le impedía fijar su atención en cualquier idea. Pero con el esfuerzo que sólo la desesperación aporta, empezó a sentirse alienada con su verdadero propósito. Entonces dejó de correr. Contempló intensamente al insecto y comprendió que era una ninfa, estadio juvenil de las efímeras. Entonces se dio cuenta de que su quietud se debía a que estaba en plena metamorfosis. La estudió como si fuera un plano sobre la pared que contuviera instrucciones; leyó y tradujo cientos de símbolos sobre aquel cuerpecillo.

—Concéntrate más, —seguía diciéndose.

—No. Duele.

—No importa. Más, más, más.

— ¡Ah, qué dolor…! ¡Es terrible!

—Tú sabes que es así. ¡Sigue, sigue, es la ley…! —se repetía gritándose a sí misma, implacable.

  Estaba creciendo tanto por dentro que pensaba que iba a estallar. Gritó desde las entrañas, como gritaría la madre tierra al parir la primera célula que dio origen a toda la evolución. Y luego, la paz tomó la forma de su verdadero cuerpo. Cesó todo el dolor. Se parió a sí misma. Ahora, volaba, inmensa, completamente libre...

  La hoguera estaba dispuesta. La muchedumbre aguardaba morbosa. Cuando los carceleros abrieron la mazmorra, encontraron el cuerpo semitraslúcido de una hermosa muchacha, completamente vacío por dentro. Y a sus pies, la finísima carcasa abandonada de un insecto. 

 Sin duda, pensaron los hombres, es una bruja: una bruja extraordinaria.


                                                                    ***




 

                                                  Efímera recién transformada de ninfa a adulta

Simple. Un canto a la sencillez

  

"Sé tan simple como puedas ser; te sorprenderá ver lo poco complicada y feliz que tu vida puede ser" Yogananda


                       Fotografía. Tallo de la flor del esparto: Volarela


                                     Se agradecen los comentarios en el canal (los que puedan) . Gracias



Líbérame. Poema del amor pleno

 


                                                            Foto: Volarela 2023



                                                      A ti

 

A ti, temblor inconmensurable en mi ser. A ti, trueno abismal sobre mi pelo. A ti... que abres tiernamente mis párpados al rojo destello del puro amor.

Te quiero así, regalo asombroso en mi vida, manando el néctar de cien soles.

Te quiero así, entero y bravo como la roca al filo del precipicio.

  Tu mirada serena mis campos. Tu presencia lanza una senda púrpura de violines por la que yo bailo; corro sin límites, plena, libre, titánica, gritando: 

  "te amo..."




                                                         PRENDIDOS

 

Mis lágrimas son de lluvia, saben a tierra, huelen a nubes; son frescas como el loto empapado. Te aman. Te buscan.


Tu pecho permanece abierto con la roja ternura de un volcán: se contiene y se mece al ver llegar las negras estrellas de mis labios.


De pronto, tu ansia es una mariposa que ha quedado ciega por el sol... y ciegamente me besas bajo la tierra espesa de mi pelo; y tus manos enceguecidas tocan las amapolas tintineantes de mis labios; y tu piel ciega se mezcla a mi piel ciega en la dorada arena que viaja por el cosmos...


Y nuestros cuerpos ciegos y abrazados refulgen llameantes, 

sorprendidos como tulipanes de plata llevados por el viento...


¡A dónde vamos, Amor, acariciando la fiebre de la aurora eterna!

El albatros, desde la nube sonora, grazna y contempla...

dos vidas surcando la tierra como caballos de luz;  muy juntas, muy juntas...



Maite Sánchez Romero © : "Madera y Miel" 







                                                                  ***




                                                                Pintura: Alex Grey





Líberame de mí,

 quiero salir de mí mismo..."

 Pablo Neruda


LIBÉRAME


Mi velo blanco, ciego y radiante como la nieve, 

capullos de gladiolos desprende

cuando lo levantas...

Mi piel rosa, 

de tórtola entregada y susurrante,

mis labios abiertos,

donde gime mi flauta..., 

donde atardecen tus ojos,

donde lloran de amor por ti

todas las que he sido y las que aun no soy.


Yo,

 este suspiro de tiempo engarzado a tus labios

(¡infinitamente dulces,

solemnes,

desenraizados..!)

me ato el cabello en una trenza de trigo agradecido,

me quito el traje de hierbas con rocío,

y te entrego la amapola que palpita mudamente

entre mis senos...


Mi pelo larguísimo

cae como niebla radiante por tu espalda.

Te abrazo,

y mis manos, 

palomas casi muriendo por tu ocaso,

casi incendiadas, 

tocan la enardecida,

mansa música

de tu piel...


Y mi pequeño cuerpo de cisne arde de libertad

sobre las olas de tu cuerpo,

y mis besos, lanzas de flores,

se hunden por tu tierno corazón desbocado

hasta que liberas en mi noche 

caballos blancos...


Y me estrechas en sosegadas espirales, 

 y fertilizas mi alma de nebulosas deslumbrantes.


Tú, hijo del sol más puro...


Después, me abrazarás

cuando esté dormida

-inesperadamente,

como un viento de verano...-,

Me ceñirás...

cuando la tierra sueñe y huela a madreselvas;

Me envolverás, 

cuando el mirlo despunte su nostalgia,

y trazarás lirios en mi frente, 

llenarás de constelaciones mis labios,

de grillos mi sonrisa, 

y de ti,

mis ojos cerrados.


*

Maite Sánchez Romero© , 2023




El abedul apasionado. Cuento declamado

 




Breve relato en prosa poética sobre un abedul... 

Agradezco los comentarios en el canal, pinchando en el título del vídeo (los que puedan) GRACIAS!!







* Desierto

                                                      Imagen tomada de Google Imágenes
                                 

DESIERTO


Desierto. Matojo duro. Raso camino. Pupila limpia.

Ardiente pureza quemando mis pasos inútiles en tu vacío.
Inalcanzable onda amarilla por la que cabalgan céfiros de libertad.

Tómame. Serpenteo sin miedo tu fuego, sin miedo tu anchura, sin miedo la abrasada calma de tu mano, el terrible frío de tus estrellas.

Soy tu caricia de pezuñas hundidas siglo tras siglo en tu cálido vientre, soy todas las huellas que murieron en un instante de cegadora luz.

Hermano, viva piedra desecha en millones de futuro polvo; hondura de siglos que no permiten la huida; soy yo frente a ti transformándome en arena sigilosa, que viaja... viaja con leves pies de viento rojo.

Desierto. Abre en mil soledades mi mente y cúbrela con tu huracanado silencio; desnúdame a punzantes besos hasta que quede de mí tan solo una nube rosa, viva, quieta, adherida a tu infinito. 


****


*Reedición (Volarela. 18/03/2012) 


Sísifo

  SÍSIFO


 

  Sí. Me sabía grande, gigantesca, como una montaña llena de células sensibles y secas. Eso experimentaba al contemplar al pequeño escarabajo pelotero que subía una duna de arena, dos mil veces mayor que él mismo.

  El sol condenaba al infierno mis pensamientos. Deshidratada, inexplicablemente consumía mis últimas energías en concentrar mi atención en aquel otro individuo. A los dos nos instigaba un mandato inexorable: a él subir; a mí, mirar. Lo contemplaba intentado llegar a la cima de la duna empujando su tesoro: una bolita de excremento donde colocaría a su prole, más allá de la mole de arena que le cerraba el paso, y en un lugar protegido de la fiereza solar. La carga se le escapaba cuesta abajo siempre, antes de llegar al final. Pero el animalillo volvía a por ella con el tesón de diez mil titanes, y cachazudamente, lograba elevarla unos metros más que la vez anterior, para, a continuación, observar impávido el cruel desplome de su ingente trabajo. Más de diez veces lo intentó. Más de cien. Más de... No lo sé... Yo esperaba el derrumbe de la noche, caer su tormenta de sombras sobre mí. No podía avanzar ni un paso más, tan solo aguardar. 

  Allí lo dejé, cada vez más agotado, subiendo, bajando, subiendo… Mis pensamientos acerca de por qué la criatura no rodeaba la duna, en lugar de elegir siempre el mismo camino, machacaban como un bombo mi efímera cordura. ¿Hay vidas inútiles? No podría juzgarlo jamás. Yo misma estaba cercana a mi fin, después de innumerables bastonazos de ciego por el laberíntico desierto que dentro de muy poco invadiría con arena mi mente.



*"Sísifo era un ejemplo de rey impío y es conocido por su castigo ejemplar que fue empujar una piedra cuesta arriba por una montaña pero, antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, hecho que se repetía una y otra vez como ejemplo de lo frustrante y absurdo del proceso"Wikipedia


                                 Fabián Barrio, el mejor narrador de la mitogía griega



Más mitos que han inspirado historias aquí: 

Entre mitos       



El barrendero y los niños






Añado este cuento infantil que he hecho, para que se lo pongáis a vuestros peques (se duermen, seguro)





Participantes de los "Jueves de relatos" de niños

                                                                        Una servidora

                            (que os da las gracias por este magnífico año de momentos compartidos)


                                                 Las dos tarjetas son un precioso regalo de Mónica: 
                                                                           Neogéminis                



          POR ELLOS,
         LOS NIÑOS, 

 porque la Navidad es para ellos, 
 para que jamás pierdan la belleza de su blanco corazón,
para que un ángel o criatura de luz recién nacida
les proteja de todo dolor
s
i
e
m
p
r
e.




                                        Ilustración de Gabriela Granados: Ilustradora


EL BARRENDERO Y LOS NIÑOS

  

El barrendero acaba de pasar por delante de la escuela. Salen mil mariposas de su bolsillo, que sólo los niños ven...

“Hola... ¿cómo estamos?” les dice, gritando. Los niños se asoman corriendo: “¡Ya llega el barrendero, ya llega!”

El hombre de la gorra verde y los brazos soleados les muestra la vida como una cometa, mientras rema alegre por el río de inocencia que derraman los niños.

El barrendero señala una pluma de paloma pegada a su jersey: “¿es la risa de una niña de cuatro años, que quizá se llame... Luisa?” Le dice a una de las criaturas, que lo mira con sorprendido candor. Luego, le dedica una poesía:

 

“Luisa la que se subió al sol

con su amigo el caracol,

y sus zapatos de charol...”

 

Y suena tan dulce como un mullido choque de nubes.

Y los demás niños chillan, rebullen, aplauden, ríen. “¡Quédate un poco más, un poco más...!”

Aquel rey, que dignifica las grises calles a su paso, es tan sólo un hombre. Pero el único que ha hecho de su escoba el pelo de un gigante, y de su cubo de basura un pozo por el que se alcanza el Polo Sur. Mas son los niños los únicos capaces de ver las hojas barridas escapando, como rojas golondrinas, por las estepas infinitas de la fantasía.

“Ah, los niños…!”, piensa el barrendero. Los niños despluman cada mañana su monotonía, y le ponen un nombre a cada baldosa que él limpia.

Cuando al fin se marcha, las pequeñas bocas de aquellas hambrientas aguilillas, tras las rejas de la escuela, le piden más y más gotitas de ilusión: “No te vayas..., ahora no…”

Pero el hombre prosigue, tirando de su mágico carro de sorpresas,  haciendo crecer girasoles de oro tras sus pies. Las hojas saltarinas, cómplices del viento, le siguen ilusionadas... como el mismo asombro de los niños.

El hombre echa un último vistazo hacia atrás… a esas mejillas sonrosadas, a esos ojillos  chisporroteantes… y su corazón se dilata más y más, como una esponja henchida de mar.


                                                                                  +++


                                       No os perdáis al protagonista que me inspiró este relatito, 

                                                                    os va a emocionar: 

                                             Cada mañana, cuando él pasa...

                                            


Etapas. Poema



          
                                                                                                             Pintura de Benjamin Lacombe

 

                                  


                                        Regalo de   
Nuestra estupenda Neogéminis  ¡GRACIAS!



 ETAPAS

 

 

1. Una caja de madera tallada con olor a humo,
un encaje temblando en la cuna,
un ronroneo acaba de entrar por el patio,

                                                                          y una flor seca se desmenuza al cerrar la puerta...

Tú eres un bebé,

leche de ángeles en tu lengua, 

¡Oh, pétalo  nuevo
salido de los labios del amor...!

Tú pequeña mano señala los trozos de mundo sin unir,

y el puzzle negro en las pupilas de tu madre

cuando te mira sin mirar.

                                                                                          


2. Niña, arrodillada junto a los cipreses,

abrazando la cintura de avispa de las horas,

notando la picadura

amarilla de la vida... Quieres saltar,

lanzar al espacio tus canicas, 

golpear los astros con tu risa.


3. Adolescente de nácar. 

Estás creciendo, joven fruto perdido en el silencio de la luna.

Ensanchas tu carne a espasmos silenciosos.

Tus nervios son virginales campanadas

que sólo oyen los pájaros.


4. Mujer de cabellos ansiosos,

 contemplas el mar desde todas las orillas,

dejando una lágrima de gaviota en los puertos,

y un vuelo de semilla alada sin freno por los bosques.

Plenitud de uva en las manos abriéndose

al alba rosada...


5. Ya tienes cincuenta.

Estás madura,

arruga del viento,

grano de arena requemado,

arrastrado, ahogado,
pulido por el embate de las olas.

¡Oh, caballo cojo
entrando por los iris lentos de la lluvia!


Y ahora... mírate; traspasaste todos los ciclos...

No tienes edad, como las nubes...

Tú,

eres polen libre que vuela buscando fertilizar a la noche.

Tú,

sobre el lomo de la muerte

cabalgas,

riéndote

como un corro de niños abrazados al sol...


***


Entrada fija

*** Aún no ha amanecido. Unas pocas estrellas en el cielo nos recuerdan nuestro viaje. Prendo la leña. Despiertas. Huele a re...