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A mi perra, oledora del infinito
Era realmente naranja...
en sus orejas
y en su cálido corazón.
Calladita.
Blanda.
Dulcemente terca.
Loca por llevarme a su mundo
de olores naranjas.
Apasionada por trepar
la vida del revés.
Naranja en sus patitas luminosas.
Naranja en su risa seria.
Bella como un rosco de luz,
se anaranjaba mi caricia
en su cráneo caliente
como un atardecer
en un naranjal.
Yo sentía en ella,
en su lomo gordete,
confiado y fiel,
el tacto mullido de la amistad.
Y en sus enormes ojos de miel
veía pasar las olas...
de la inocencia.
Se me escapa una lágrima al recordarla;
una pequeña gotita
con un diminuto sol,
¡que sabe a amor
sencillo y puro!
al llegar a mis labios.
*
Volarela (Maite Sánchez Romero)