Has traido a mis párpados dormidos una gota fresca de la mañana recién hecha, gorrión.
Has entrado en mi casa por la ventana y te has posado en una maceta. Muy quieto, te he visto piando con la alegría del descubrimiento.
Eras inexperto. Sí, lo he notado en el temblor quebrado de tu canto. Y eso ha hecho tu venida aún más espontánea y temeraria.
Ya te veo, vagando sin rumbo, viniendo a mi ventana y chocando blandamente con mi sueño. Has logrado penetrar en él y abrirme los ojos con una ráfaga de viento de las montañas. Pero ya sé que perteneces a los jardines y a los tubos de escape; que llevas saludos de alegría ciudadana, reverdecida de chopos y césped.
Eras muy joven, pero sabías dónde entrabas. Me has visto asomar un ojo, y has huido. Tu curiosidad era encanto; la mía lo ha destruido. Pero lo efímero de tu presencia no se ha roto; me has dejado la casa impregnada del aroma inocente de tus alas.
Gorrión sin nombre: no imaginas que tu poesía son holas y adioses de un instante; que vas derramando tu esencia, deliciosamente ruidosa, por los balcones, las aceras y los árboles.
Enséñame a ser como tú, pequeña, inocente y libre: sublime sin saberlo.

Volarela.
Una mañana de primavera, del año 2011