Un roce de manos (Estampa de amor)


Dibujo:




1

 

 Él tenía los ojos verdes y una risa ingenua como una fuente nacida de la roca.
 Ella miraba con ojos tímidos, pero portaba una risa de seta silvestre oculta en el bosque de su imaginación.
Cuando lo espiaba desde la última fila de la clase, él notaba en su nuca el susurro  de un chopo moviendo sus hojas.

  La maestra la sacó a la pizarra. Ella tartamudeó y sintió la garra de la vergüenza en sus hombros. Pero él la estaba mirando... más allá de su cuerpo tembloroso.   Ella pudo notarlo..., y, como una rosa feliz bajo la lluvia, le entregó calladamente la seta de su bosque.

  Al salir de clase se buscaron: dos olas cruzándose en la inmensidad del mar.
 

 Ojos verdes, ojos tímidos; un roce sutil de manos... y alrededor de ellos el aire toma formas de pájaros azules, mientras un dulce olor a vainilla comienza a hacer nido en sus memorias.

 

2

 

 Ella prepara el café. Ojos calmos, de arrugas tostadas. Manos de hierba. 

 Él lo coge de sus dedos con los suyos, temblor de agua vieja. Manos de mar.

 Se tocan, se rozan en tibia confianza... Y aflora entre los dos esa amoroso olor a vainilla, y una liviana luna comienza a elevarse por el techo del salón. Y crecen setas por los sillones, salen fuentes de los espejos, se agitan chopos en la lámpara, se escapan las rosas de la tapicería, trinan las ollas...

 Y sólo ellos saben por qué, después de cincuenta años, despega el amor ilusionado al menor roce de sus manos.



***






Juegos (poema)

                                                                                                                                           Volarela
 

 

 

JUEGOS

 

Sin juegos no hay inocencia. 

Sin inocencia no hay amor.

Nosotros éramos el juego

de las puras olas.

Nuestros cuerpecillos desnudos se vestían de espuma

y a cada exhalación de mar

teníamos un traje nuevo.

A veces teníamos pececillos de espuma entre los dedos;

Y a veces una ola bebé

nos dejaba un tirabuzón en la sonrisa.

Y el sol también jugaba...

¡Ay el sol!

riéndose doradamente

desde la arena ardiente

donde dejábamos caer nuestras fresca piel de albaricoques,

bellamente agotada.

 

Teníamos estrellas de espuma en los ojos

y no lo sabíamos;

luz chorreando en los dedos al tocarnos,

y no lo sabíamos.

 

Porque éramos el puro amor galopando libre...

sobre las blancas praderas de las olas.

 

*

Fotografía y poesía: Maite Sánchez Romero (Volarela)