Me llevan




Adiós, nena. No llores. Volveré.
Adiós, prados rebosantes de vida blanda bajo mis pezuñas; fragancias que tantas veces empaparon mi hocico.
Adiós, libertad, movimientos poderosos de mis patas hacia el verde infinito.
Adiós, sol; cálida mano de luz sobre mi lomo.
Adiós. Me llevan. Una fuerza más grande que yo. No sé adónde. Me arrancan de ti, de mi vida. No llores. Espérame.
Me llevan; el azul, el verde y las nubes se van haciendo cada vez más pequeños.
Aquí no hay luz y huele a miedo. Un dios nuevo, ciego, me ha raptado. Mis mugidos y mi fuerza resbalan en esta oscuridad. Tiemblo. Se ha detenido el traqueteo. Estoy nervioso. Amor, no llores.
¿Qué sala es esta donde respiro coágulos de terror?
Ahora sí. He visto un agujero con luz. Voy a salir. Ya voy.
Pero, ¿qué es esto? Cuántas pupilas amarillas mirándome. Se clavan en mí; me hacen daño. ¿Qué queréis de mí?.
Uno de esos fieros ojos, vestido de brillantes, se va acercando con algo rojo que me distrae. ¿Por qué me hipnotiza la tela ondulante? No sé que pasa, pero estoy furioso. Nadie puede burlarse de mí, ¿me oís? Mi energía colosal, mi furia, mi noble defensa, mi valor, sí, mi valor, todo contra vosotros.
Vosotros, los poderosos. Vosotros, los inteligentes. Sabed que no os burlaréis de mí.
No caerá mi majestad en esa arena. No. Mi bravura será sólo para ella y mis lejanos prados verdes.


Divagaciones locas




A veces me pregunto: ¿quién habla por mí, quién?.
Cuando me adormezco se escapan las voces de mi interior: todos esos yoes que se despiertan cuando yo me duermo. Y me dicen que estas páginas que escribo ya están escritas. Hasta el trébol de mi jardín las conoce (también ha visto, aunque no lo diga, los besos de un par de enamorados al otro lado de la tapia; y que a ti se te caen los guantes de la moto cada vez que sales). ¿Cómo lo sabe?; ¿cómo se sabe que si alguien pone boca abajo sus ideas caen flores, o quizá serpentina?. Pregúntaselo al mar. Dicen que allí está todo el saber sumergido en turquesas ondulantes.
Las plumas de los gorriones gotean miel, y es porque les cae de mis ojos; como picotean a todas horas mis jazmines corren el riesgo de quedarse pegados a mis poemas.
Por qué el sol me ha lanzado un rayo. ¿Un guiño? Es el dios de mi temperatura emocional. También él lo conoce todo, y va traspasando con su calor las escamas nerviosas de la tierra hasta lograr que lo sólido y lo líquido sobrevuelen el espacio en vapores musicales.

Somos un corcho encajonado en su botella, por eso no recordamos quiénes somos en realidad. La memoria, vino espeso que emborracha, algún día se hará espuma y saldremos proyectados hacia los límites inabarcables de nuestra conciencia.