ENCUENTRO CON EL MÁS ALLÁ (idea de J. Antonio Sánchez Romro)
El matrimonio Smith tenía sendos índices dando vueltas sin ton ni son sobre un vaso. Sus cuerpos temblaban. Hasta la mesa que sostenía aquel encuentro con el ente se estremecía por tanta furia espiritual. Con la mano derecha y con letra nerviosa y casi ilegible, la señora Smith apuntaba a toda velocidad cada letra que la flecha de la ouija ordenaba tajante. Para ambos, era su primer encuentro con el más allá .
El perrito Ezequiel dio un repentino gemido y se aproximó a su dueña, lamiéndole la rodilla. El vaso detuvo bruscamente los dos dedos sudorosos y la flecha apuntó directamente al marido. Un silencio apabullante pendía sobre los dos:
"Quiero el divorcio", se leía claramente en la nota escrita.
LA GOTA DE ROSANA
Ramiro y
Julia coinciden esa noche en el pequeño ascensor. Son extraños, y en ambos hay cierta tensión al quebrarse sin remedio su intimidad espacial.
-Hola, voy al
último.
-Yo también.
-No le
conozco, ¿vive aquí?
-Sí, desde
hace años, ¿y usted?
-También.
El ascensor
comienza a elevarse, parsimonioso, regodeándose en cada puerta que acaba hundiéndose bajo los pies de los desconocidos. La máquina se sigue tragando más y más puertas idénticas. Y el silencio entre ellos se dilata como un globo, hasta que, finalmente, estalla cuando Julia pregunta:
-¿No deberíamos haber llegado ya al séptimo?
-Sí, parece
que esto tarda mucho en llegar. Qué raro...
Pasan cinco minutos. Están nerviosos. La caja sigue subiendo. Pasan diez, veinte, treinta… Más nervios. Suben y suben... Pulsan el botón de emergencias, pero no funciona; tratan de bloquear el ascensor con sus llaves: sin resultado. Gritan; gritan más fuerte aun... Nadie los oye. La caja sube. Sube y sube inexorablemente. Han subido tan alto que los teléfonos no funcionan ya. Están aislados, fuera del mundo. Vacío. Perplejidad inoculándose en sus ojos.
Después de
entrar en pánico los primeros días, lograron calmar los nervios. Los siguientes, hablaron de todo. Se llegaron a conocer como hermanos del mismo vientre. Se
enamoraron también. Pero el ascensor seguía subiendo y subiendo como si no
tuviera la menor intención de detenerse jamás, ajeno a las menudas voluntades personales, y obedeciendo una ley secreta y fatal.
-¿No te
sucede que toda tu vida has creído estar marcado por el dolor? -preguntó Julia,
mirando hacia un infinito imaginario.-
-¡Sí, es un pensamiento recurrente! Y esto es la demostración. Míranos. Vamos a morir aquí, y nadie lo sabrá jamás. ¿Qué podemos hacer?
-Nada... -dijo
Julia.- Sólo esperar.
Después de un
año aun vivían. Estaban sorprendidos de no haber muerto de claustrofobia, inanición o desesperación.
Al fin, como
esperaba la mujer, el ascensor se paró. Lo supieron porque retumbó y dejó de oírse
el leve motor de fondo.
Se abrió la
puerta. Entraron en una gigantesca sala rosada, de paredes blandas, carnosas y
atravesada por multitud de enormes cuerdas negras que emitían chispazos de colores.
Por toda la estancia había un sonido de alas veloces, como de palomas a la fuga.
Les recibió
un hombre alto, calvo y sudoroso, con un pitillo en la boca.
-Ah, ya habéis llegado.
-¿Dónde
estamos?
-Vaya, dos idealistas…, -pensó el encargado.- Siempre me tocan a mí… -Entonces, con mucha parsimonia, les explicó- En el cerebro de Rosana. Sois un impulso eléctrico que viene de su dedo gordo. -Se concentró y leyó en sus ojos como en un libro- ¿Veis? Aquí pone “Dolor”.
-Venga ya.
Esto es una locura. ¿Somos un impulso de dolor?
-Sí. Y en
cuanto trasmita la orden, desapareceréis.
Los dos se
abrazaron, desesperados, con una fuerza inaudita.
El encargado
suspiró pensando que algunos impulsos nerviosos, en sólo un microsegundo, ya se
habían creído sus propios sueños.
Dio la orden y Rosana emitió un formidable chillido de dolor ante su primer ataque de gota.