FUGACIDAD
Era una mañana sobrada de colores, de aromas, de ilusiones y de
ideas. Esa mañana mis ojos se posaron en una flor; y en ella libaba una
mariposa.
Movía despacio sus
alas: cuando se abrían descubrían miles de matices de terciopelo y sueño; al
cerrarlas, mostraba el reverso de las cosas; el otro lado del color: el nervio
oculto de la vida.
La estuve mirando
largamente. Luego, en un instante, desapareció, dejando un levísimo temblor de
ausencia en la flor.
Después las nubes. Ya no eran iguales. La luz de la mañana estaba
ahora levemente tamizada y había perdido algo de su esplendor. Luego yo,
transformada por mi misma visión momentánea. Había cambiado también, porque las
cosas van dejando huellas en nosotros, aunque a veces ni lo notemos. El cambio en las cosas y los seres parecía el agua
en un río: siempre moviéndose, siempre distinta.
Pensé si habría algún modo de frenar el instante, asirlo, penetrar
en él, habitarlo, o nuestro destino
era sumergirnos en un constante fluir.
Curiosamente, estos segundos de meditación dejaron en mi mente la
sensación, efímera pero real, de que el tiempo se había detenido mientras
pensaba.
Imagen tomada de Internet