x En la playa




Estoy tendida en la playa. Se diría que soy una turista más. Pero en vez de disfrutar de lo que ellos disfrutan, disfruto de ellos.

Después de intentar amoldar la arena a mi cuerpo, una familia aparece súbitamente a mi lado. Padre, madre, Tete y Samuel, el pequeñín. A nuestro alrededor hay arena de sobra, quizá por eso, porque el vacío asusta, rozan sus sombras mi toalla.

El bebé, que ya anda, disfruta de su reciente aprendizaje apisonando torpemente la arena con brusquedad rosada. Balbucea el mar entre las rocas ecos frescos desbordados de azul. Y el pequeño corre sin rumbo con una zapatilla bamboleada locamente en el aire: ¡Qué alegría ese caerse en tanta blandura!; ¡ qué llanto atroz los golpes soberbios del hermano! (Tete le ha pegado con su incipiente autoridad).

- El niño, ponlo a la sombra.
- Anda, vamos a jugar.

Cabalgando sobre un castillo de arena, y cercados por dos piernas adultas, firmes como murallas, los retoños encumbran muchos años de ilusión, caídos como pétalos de los ojos de un padre viejo.
A su vera, la tibieza de los muslos femeninos, satisfechos, hundidos con tesón en la arena, y ansiosos por vivir ese cobijo íntimo, reunido por fin en los confines de una sombrilla.

Y yo me alejo, entre conversaciones recalentadas por el sol, dejando una familia entre familias; a los peces entre los peces; recolectando minutos en una mañana de septiembre.


Las montañas todas esperan que amanezca.



Desde el sol a sus cimás nacerá

un puente de flores.