x Mi perra de orejas canela.




Las paredes blancas recortan tu espera, y tus pupilas se enfrentan a ellas con inmóvil sumisión. Sólo aguardas, rígida en el tiempo encajonado, a que tus deseos sean oídos, o sentidos. Y cuando al fin bajas tu guardia de cálido terciopelo canela, te sumes en una curva humilde y cálida sobre el reposo del suelo. Luego redondeas con una cola y dos ojos tus olvidos.

Has nacido perra. Te ha tocado llevar esa máscara de bigotillos de nailon y lengua adherente; ese peluche de tu lomo, apretado y digno. Te han moldeado con una sonrisa de látigo que hace bailar el aire. Y pareces feliz jugando a morder las sombras de las perdices, oliéndole el aliento al mundo, perfumándote con las piedras abandonadas.

Cuando te acercas por las mañanas a nosotros, con esa sonrisa amaneciendo en tu penacho ondulante, y te aproximas a la tibieza de nuestras caricias, entonces, nuestro abrazo te traspasa, y abrazamos la tierra, y abrazamos la verdad de las almas.


(A mi perra Dina,
que se fue hace poco, dedico esta lágrima de ternura.)